Escribo este post mientras en Chile, mi país, ocurren eventos públicos que nadie imaginó y menos predijo, aunque muchos deseaban que sucedieran. Hace algo más de una semana ya que el pasaje del tres subterráneo subió en 30 pesos luego que un Comité de tecnócratas (formado por economistas expertos, quienes usan alguna fórmula econométrica impecable que seguramente utiliza el precio del petróleo, del dólar y otras variables macroeconómicas) estableció este ajuste. A los pocos días comenzó a circular por redes sociales llamados a “evadir” el pasaje y muchos estudiantes secundarios se congregaron en las estaciones para precisamente ingresar sin pagar. El resto de la historia es que el ministro del interior catalogó esto como grave, los acusó de delito y hoy, una semana después, nos encontramos en estado de emergencia, con los militares en la calle y una crispación social y polarización política gigante y muchísima incertidumbre acerca de que podría suceder.
Al igual que muchos chilenos, me cuesta entender lo que está ocurriendo, creo que hay grupos extremistas, de todos lados, interesados, en atizar esta crisis para llevar agua a su molino, algunos buscando una salida autoritaria como ha ocurrido antes en Chile y otros pretendiendo una revolución incendiaria que solo empobrece a los países. Ha habido saqueos, incendios y desmanes que atemorizan a la población. También ha habido marchas multitudinarias que entusiasman por sus ganas de cambiar al país. Algunos hablan del “pueblo” y la gente humilde con una hipocresía gigante, ya que o no son de ese pueblo o derechamente trabajan para quienes se aprovechan de esa gente.
Nos hemos llenado de “fake news”, como que había un centro de tortura en la Estación Baquedano, lo que se demostró completamente falso. Se han perdido amistades por publicaciones de Facebook, apasionadas, que han despertado odiosidades. Gente que acusa a amigos de ser “fachos” y otros que acusan de ser “comunistas”. Yo mismo llevo una semana sin publicar nada en redes sociales pues me imagino que si publico algo con buena intención, podría no faltar quien me acusara de cualquier cosa. Me resisto a estimular el odio, la descalificación y la intolerancia, más cuando se trata de meras interpretaciones y narrativas.
Muchos perdidos en esta crisis, sobre todo las autoridades políticas y los partidos políticos de todos los colores. Qué decir de los parlamentarios que en vez de escuchar, dialogar, negociar y darse cuenta que en muchos casos son ellos los cuestionados se dan el lujo de “pelear por un papelito” en las cámaras.
Creo que los eventos que han ocurrido en Chile son un “asalto al poder” con dos acepciones. La primera es que creo que efectivamente hay grupos interesados en hacer caer el gobierno electo democráticamente generando una sensación de caos con la quema del metro, luego justificando la violencia de los saqueos y los incendios y, finalmente, victimizándose por la “represión”. Su manifestación política será una acusación constitucional para “desbancar” al presidente, queriendo lograr por secretaría lo que no lograron en las elecciones de hace dos años atrás donde fueron perdedores.
En su segunda acepción, como dice Moisés Naim, el poder ya no es lo que era porque se han varias revoluciones en el mundo y en Chile también, que han cambiado las reglas del juego entre los ciudadanos y todo lo que representa poder: gobiernos, iglesias, empresas, etc. Este es el asalto al poder que me da esperanza que en Chile ocurran cambios relevantes, más participación, más equidad, mayores oportunidades y, sobre todo, mayor protagonismo de cada persona. Este es el asalto al poder que los políticos, tanto de izquierda como de derecha no están viendo.
Voy a comentar esta segunda acepción del término, siguiendo las ideas de Naim.
El argumento central de este autor es que el poder, entendido como la capacidad de lograr que otros hagan o dejen de hacer algo, está experimentando una transformación histórica y transcendental. Se está dispersando cada vez más y los actores tradicionales (gobiernos, ejércitos, empresas, sindicatos, etc) se ven enfrentado a nuevos y sorprendentes rivales, algunos mucho más pequeños en tamaño y recursos y, además, quienes controlan el poder ven más restringido lo que pueden hacer con él.
El poder es la capacidad de imponer o impedir las acciones actuales o futuras de otras personas o grupos. En la práctica dice Naim el poder se expresa de cuatro formas principales:
1 La fuerza: La fuerza o la amenaza de usarla se basa en la coacción. Puede ser un ejército conquistador, un policía con sus armas y la capacidad de arrestar, un matón en el colegio, una navaja en el cuello, etc. La fuerza se obedece porque sabemos que si no lo hacemos pagaremos las consecuencias.
2 El código: Vivimos con códigos que a veces seguimos y otras no. Esto se refiere a la moral, la tradición, las costumbres culturales, las expectativas sociales, las creencias religiosas y los valores transmitidos de generación en generación. Dejamos que otros dirijan nuestro comportamiento mediante la invocación a dichos códigos, no empleando la coacción sino que la invocación a esos códigos.
3 El mensaje: El poder de la publicidad. Consigue que cambiemos de idea, de percepción, nos convence de que un producto o servicio es digno de que lo escojamos en lugar de otras alternativas. Es la capacidad de persuadirá otros y hacerles ver la situación de tal forma que se sientan impulsados a promover los objetivos o intereses del persuasor.
4 La recompensa: Referido a entregar recompensas por hacer algo que en otro caso no se haría. Cualquier persona con capacidad de ofrecer recompensas materiales dispone de una importante ventaja a la hora de lograr que otros se comporten de manera coincidente con sus intereses.
Sostiene el autor que los poderosos (gobiernos, iglesias, empresas, partidos, sindicatos, universidades, etc.) ponen barreras para proteger su poder. Estas barreras son obstáculos que impiden que nuevos actores desplieguen suficiente fuerza, código, mensaje y recompensa, por separado o combinados para tener posibilidades de competir.
Durante mucho tiempo estas barreras dieron cobijo a organizaciones de gran tamaño. “Ahora esas barreras están desmoronándose, erosionándose, agrietándose o volviéndose irrelevantes”, dice el autor.
Esto está ocurriendo por tres fenómenos históricos que llama “la revolución del más”, “la revolución de la movilidad” y la “revolución de la mentalidad”. Esto ocurre en el mundo y Chile no escapa a estas tendencias.
1 Revolución del más: Hoy hay más de todo. Vivimos una época de abundancia donde hay más gente, países, ciudades, partidos, ejércitos, bienes, servicios, medicinas, empresas, armas, estudiantes, computadores, etc. Hoy la expectativa de vida ha crecido enormemente en todos lados. Por ello, dice el autor “el ejercicio del poder en cualquier ámbito implica sobre todo la capacidad de imponer y mantener el control sobre un país, un mercado, una población, etc. Cuando los que forman parte de ese territorio, posibles soldados, votantes, clientes, trabajadores, creyentes, son más numerosos y más dueños de sus medios y están cada vez más capacitados, se vuelven más difíciles de coordinar y controlar”. Además cuando hay más de todo, se incrementan las expectativas de tenerlo por lo que no tener algo duele mucho más.
2 Revolución de la movilidad: Hoy la gente se mueve mucho más lo que la hace más difícil de controlar. Ya sea por las migraciones entre países, ya sea por las migraciones campo – ciudad, ya sea por los viajes de mero turismo. A ello se debe agregar internet y la telefonía móvil, que facilitan el contacto entre personas de distintas ciudades y países. Ejercer el poder no sólo implica mantener el control sobre un territorio real o figurado, también implica vigilar sus fronteras. El poder necesita público cautivo. Por ello que en situaciones en las que los ciudadanos, votantes, inversores, trabajadores, feligreses o clientes tienen pocas o ninguna salida, no les queda más remedio que aceptar las condiciones de las instituciones que tiene delante. Cuando las fronteras se vuelven porosas se complica mantener el dominio.
3 Revolución de la mentalidad: Hoy la población no sólo es más educada que antaño, sino que los cambios del más y de la movilidad han generado cambios cognitivos, emocionales, de mentalidad y de visión de mundo. Especial mención a los jóvenes que ponen en duda la autoridad tradicional. Son más educados, tiene más y son más móviles que nunca. Todo ello los lleva a desafiar el statu quo. Está lleno de ejemplos como han cambiado los valores, cosas que antes parecían inmutables hoy son cuestionadas: las creencias religiosas, las costumbres sexuales, los proyectos de vida, etc.
Todas estas revoluciones hacen que las barreras que les permiten a los poderosos resguardarse de nuevos rivales y retener el poder ya no los protejan tanto como antes. Las barreras son más fáciles de atacar, rodear y socavar.
Mirando las ideas de Naim me parece que mucho de esto está ocurriendo efectivamente en Chile. Somos una sociedad más rica en muchos aspectos. Es cierto que existe población pobre pero es significativamente menor que en otros países y menor que en épocas anteriores del país. Somos un país móvil, la gente viaja, las personas se conectan por internet, hemos recibido mucha población migrante de otros países. Y, ha cambiado la mentalidad no solo de los jóvenes, de todo el mundo. Algunos ejemplos de ello son la aceptación del divorcio, de la diversidad sexual, la molestia por el bullyng en los colegios, la petición de igualdad de género y muchas cosas más.
Estamos en un punto crítico en el la historia de Chile. Las elites poderosas como decían hoy los diarios, elites conformadas por el 1% más rico del país y los políticos tradicionales en el gobierno y en el parlamento, muchos que señalaban que “no pensaban que la injusticia fuera tanta” o “que les molestara tanto” han quedado demudados con este cambio.
El viernes pasado hubo una marcha de 1.2 millones de personas en Santiago. Mis hijos mayores estuvieron ahí. No hubo escenario, no hubo oradores, no hubo banderas de partidos. La gente caminó, bailó, cantó. Es algo completamente nuevo. Si uno le preguntara a cada uno porque estaba ahí creo que habrían muchas respuestas, muchas opuestas y no coincidentes. Más bien era un estado de ánimo, molestia, injusticia, disgusto con el statu quo y también esperanza, alegría, entusiasmo que nazca algo distinto.
Las crisis son oportunidades de cambio y de evolución hacia algo nuevo. No estoy de acuerdo con aquellos que quieren que este cambio se produzca con violencia y quema de estaciones de metro. Será necesario dialogar de verdad, establecer nuevas reglas del juego, fijar objetivos comunes, negociar el poder. Cuando se trata de poder, se resuelve o con guerra o negociando. Es de esperar que en mi querido país triunfen las negociaciones, mejor para todos.
Este es el momento del liderazgo adaptativo, de conversar acerca de nuestros sueños como comunidad país, de los valores que nos caracterizan, del futuro que queremos construir. Es el momento de sostener la incertidumbre y la angustia de no saber. Soluciones técnicas pueden haber muchas y expertos que ayuden a construirlas. Pero el problema actual no es tecnocrático es político y se requieren estadistas, no políticos pequeños.